1-INICIO

LA PASIÓN DE UN OFICIO

Muchos de los escenarios de mi vida ya han sido borrados por el tiempo. En realidad, no sé si lo que viví en mi infancia fue real o inventado. Nada queda de la vía del tren por donde pasaba como una bala el Bou Roig ni de las norias que llenaban de fertilidad los marjales. Con los años, el Gran Casino Buenos Aires, donde algunas noches había espectáculos con magos que hacían demostraciones de ilusionismo e hipnotizadores que horrorizaban la piel de la ignorancia, se trasformó en una Caja de Ahorros, una más.

Un día lejano, tras jugar a la pelota en la calle, descubrí que las palabras tenían alas y que me transportaban a espacios imaginarios. Siempre que escribo tengo presente, de manera consciente o inconsciente, la figura de mi abuela materna en la mecedora, su voz cálida, el primer e indestructible lazo con el mundo de la fantasía. Yo también creía que más allá del paisaje de naranjos de Bellreguard no existía ningún mundo posible, pero después he vivido otras vidas en otras ciudades y en otros océanos.

Como Cremades me siento arraigado a mi terruño, conocedor de los ciclos de las estaciones, amante de las siembras y de las cosechas, amante de la música y del trabajo bien hecho. Como Arlandis me siento en continuo desplazamiento, conocedor de las fases de la luna, amante de las palabras y las historias, atraído por otras culturas y lenguas, con una voluntad de hierro. Hay momentos en que los dos congenian y horas en que uno no quiere saber nada del otro.

Quizá algún día me encontraréis oculto tras el fragmento de alguna de mis novelas. En el interior de un cuartel de la época franquista, donde la inocencia se manchaba de sangre. Sentado en las escaleras de la Lonja de Valencia, en un siglo en el que muchos viajeros europeos visitaban, entre otras maravillas, el famoso lupanar de la ciudad. Abriendo la puerta dorada de algún palacio de la época árabe, que pronto se poblarían de sombras. Ahora entrando en la Plaza Redonda, donde Arena y Matador tienen una cita inaplazable. En la barra de algún bar de las calles de Barcelona, la noche antes de viajar a Túnez. Quizá perdido, con la cámara de fotos en la mano, por los callejones oscuros de la medina de Fez o los zocos de Túnez. O ¿por qué no? Paseando por los acantilados de Ras Al Fartass, en busca de la verdad absoluta.

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